Según
las analogías sutiles,
los sacerdotes astrólogos de la antigüedad
atribuyeron a los 12 signos del zodíaco
piedras cuyas propiedades y virtudes
guardan afinidades con cada uno de éstos.
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La famosa piedra de la suerte, por anticuada que este en el espíritu
de muchos de nosotros, es cuanto menos un objeto de curiosidad.
En ciertas publicaciones dudosas, veréis una publicidad -falaz
a menudo- que vende las virtudes protectoras y bienhechoras
de lo cual piedra milagrosa, respaldadas por testimonios.
Es cierto que, como vivimos en un mundo de una gran inseguridad
y al tener necesidad de consuelo moral o afectivo, cada vez más
gente afirma que, al fin y al cabo, si la piedra en cuestión
no nos hace ningún bien, tampoco pude hacernos ningún
mal. Nuestros antepasados, en el fondo mas pragmáticos que
nosotros, atribuyeron un carácter mágico y sagrado
a ciertas piedras con virtudes terapéuticas evidentes
para ellos.
Fueron sobre todo los sacerdotes babilonios y caldeos de
Mesopotamia quienes establecieron analogías entre las piedras,
los signos del zodíaco y los astros. Pero su propósito
no era el de entregarse al juego intelectual de las analogías
ni engañar al prójimo, al atribuir a las piedras cualidades
o propiedades totalmente imaginarias para hacer un comercio
lucrativo; se comportaron así después de largas
observaciones atentas y metódicas.
Estudiaron escrupulosamente las cualidades de cada piedra
y el uso que podían hacer a título preventivo
o terapéutico y, en un afán clasificador y de
utilidad pública, por decirlo así, realizaron
un zodíaco de las piedras.
Lo hemos reconstruido, remarcando las razones que llevaron a los
antiguos a atribuir tal piedra a un signo en lugar de a otro, permaneciendo
así fieles al gran principio del sistema analógico
que preside la estructura del zodiaco.